Todo surgió a raíz del asesinato del afroamericano George Floyd por la brutalidad de un policía que le puso la rodilla en el cuello y lo asfixió.
Por aquella infamia, no culpo a los activistas del movimiento Black Lives Matter (BLM) por haber descolgado y tirado al río Avon la estatua de un tal Colston, un traficante de esclavos en el siglo XIX.
Estuvo implicado en el traslado de 80.000 esclavos a plantaciones americanas y miles fallecieron en la travesía por hambre y enfermedades.
Tampoco critico al BLM por destruir la efigie del tirano Leopoldo II de Bélgica que fue responsable de la muerte de cerca a 15 millones de hombres de color y que tuvo la desfachatez de decir que el Congo era de su propiedad.
De igual manera, no censuro que los manifestantes echaran pintura a la estatua de R. Lee que fue un general del ejército de los Estados Confederados del sur que se opuso abolir la esclavitud en la guerra civil de EE.UU.
¿Quién en su sano juicio erige un monumento a sujetos tan nefastos como los que cito?
Ningún hombre tiene derecho de propiedad sobre otro, ni a utilizarlo para su beneficio personal a través del trabajo obligatorio, ni comercializarlo como un objeto.
Quien comprendió esto fue el presidente estadounidense Abraham Lincoln, quien abolió la esclavitud en su país y se le han erigido merecidamente varios monumentos.
Ocurre que, desafortunadamente, las estatuas las mandan a hacer los que se encuentran en el poder ya que consideran que tal o cual personaje ha tenido un papel preponderante en la historia de su país. Hussein y E. Morales mandaron a construir sus propias efigies. Cuando cayeron, el pueblo las sacó.
Erigir una estatua o monumento debe ser sujeto a consultas populares y se debe decidir por consenso. No así por las autoridades de turno.
Lo mismo ocurre con los textos de historia que suelen ser escritas por los vencedores. Situación injusta porque no son precisas, distorsionan los hechos, obliga a los ciudadanos a tener memoria selectiva y a honrar a personajes o sucesos a veces equivocados. Y lo que es peor, queda en la memoria colectiva.
De ahí que nace la urgente necesidad de reescribir la historia y replantear los hechos en su verdadera dimensión tras una investigación profunda y el debate.
El mundo enfureció con el asesinato de Floyd y protestó por la eterna inmunidad e impunidad de la policía estadounidense que hace abuso de poder con las minorías.
Cuando las protestas antirracistas lideradas por Luther King en 1963, sólo salían a las calles hombres de color y contados blancos. Esta vez -a pesar del COVID-19- los manifestantes se arriesgaron salieron a las calles y el movimiento se globalizó. Las protestas fueron de ciudadanos de todas las razas y edades en EEUU, Europa, Asia y Australia. Un hecho sin precedentes.
EEUU le debe mucho a los ciudadanos afroamericanos y a las minorías inmigrantes que han coadyuvado a construir la primera potencia mundial.
Barack Obama fue el primer presidente de color y su gran legado fue el Obamacare. Toni Morrison, que luchó contra la discriminación racial, fue la primera mujer afroamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura y también recibió el Pulitzer.
En el campo musical, cantantes como Michael Jackson o Nat King Cole han trascendido fronteras, han sido galardonados y marcado época.
El atleta Tommie Smith logró un récord mundial en carreras en los juegos olímpicos. Michael Jordan es considerado el mejor basquetbolista de la historia. ¿Y ganadores de premios Oscar? La lista es larga.
No al racismo.