Los primeros síntomas empezaron justo después de una reunión familiar por zoom, los vi a todos bien y colgué contento. Inmediatamente me comenzó a picar la garganta, luego el pecho y un rato después la espalda. Era un domingo fresco en la Llajta alrededor de las diecinueve, empezaba la noche. A lo largo de mi vida he tenido varios resfríos, los puedo distinguir sin la necesidad de un médico. Esta vez, sin embargo, el resfrío venía con síntomas nuevos, raros, pero tan mediáticos que supe de manera urgente que tenía COVID-19.
Para activar el inicio de un plan llamé a Daniela, mi hermana, luego llamé a mi tía Olga y a Katy, mi prima, ambas doctoras. A mis padres no les quise decir nada. Me tuve que aislar en un departamento alquilado por el trabajo. Coordiné para que desde la mañana siguiente mi tío Pepe me trajera los almuerzos. Yo estaba de viaje en la ciudad de Cochabamba dónde vive él con su familia y me disponía a enfrentar la situación en la clandestinidad impuesta por un enemigo invisible, consciente de que eso era lo que tocaba hacer.
Esa misma noche sentí arritmia por primera vez, el corazón me había despertado a las tres de la mañana acelerado y galopante. La ansiedad por lo desconocido se apoderó de mí. Traté de relajarme en cama sin lograr conciliar el sueño. A los treinta minutos escucho los gritos desesperados de un niño que llama con terror a su madre, la llama por un par de horas, hasta las cinco de la madrugada.
Tomé el celular y registré su desespero. No al niño.
Al día siguiente inicié el tratamiento covid 19 sin tener la prueba positiva; tenía una negativa de “prueba” rápida del viernes anterior, cuando tuve contacto directo con un contagiado.
Ese lunes, Gabriel, mi amigo de roble, me buscó turno en un laboratorio para la PCR. El lugar era un foco de contagio, que más da, el esfuerzo de los profesionales en salud se ve superado por la dimensión de la situación, están tomando el riesgo ¡Que labor! Hasta el día de la prueba yo ya tenía todos los medicamentos iniciales a medio camino, una sobredosis de wira wira, las fosas nasales irritadas por el vapor de eucalipto y la garganta adolorida por las gárgaras con sal.
Me tocó pasarlo solo y en una ciudad que no es la mía, aunque hace una década que ya no se cuál es mi ciudad. Me refiero a que no estaba en casa, no con la familia que conformé y que amo, lo que me daba un alivio constante, me hubiera sentido muy culpable de estar cerca de mi niña portando el virus y de mi compañera, Cristina. Yo estaba bien. Estaba donde tenía que estar. Si sucede conviene.
Nunca me dio fiebre y el olfato se me fue sin saber cuando, lo que habla muy mal de mi memoria olfativa, o por lo menos de mi saber gastronómico. No recordaba el olor del vinagre por lo que no estaba seguro si lo sentía o no, decidí beberlo hasta que se me cerraron los ojos por lo agrio, y me dije de nuevo – Estoy bien-.
Javier, otro primo doctor al que se le aplicó la PCR, me dijo que me prepare para el hisopado, que era una sensación desagradable, y que me quede quieto. Pero no me pareció más que una experiencia profunda de auto descubrimiento. Cuando recibí el informe de la prueba el resultado no era una novedad para mí, sin embargo, un quinto médico equivocado que no leyó bien los resultados casi me hace comprar pasaje de retorno a Santa Cruz, hasta que nuevamente, mis parientes médicos me bajaron a tierra – Eres positivo no te asustes-.
Estaba en los primeros seis días de la enfermedad, por lo que no quedaba otra que ser positivo por partida doble. Álvaro, otro amigo de piedra, me mandó un termómetro, aún no sé si me lo regaló, mi temperatura corporal oscilaba entre 34 y 35 grados – ¿Qué cepa de covid 19 de cuarta me agarró a mí? ¿Cuándo acaba esto? o ¿Cuándo empieza en serio esta porquería? Me empecé a preocupar. Lo que me habían dicho es que los síntomas más severos aparecen durante la segunda semana. Así fue. El día diez no pude cerrar un ojo por culpa de otra arritmia salvaje que no me permitía coordinar respiración con latidos, mis exhalaciones eran un sincopa loco, al mínimo movimiento para acomodarme en la almohada sentía cómo si hubiera subido una decena de gradas.
Llamé a mi tía – ¿Te tomaste la ivermectina? Me la había tomado dos veces, la primera cuando sospeché y la segunda cuando estuve seguro, (¿qué tanto daño me puede hacer vivir sin animalitos dentro?) A las cuatro de la mañana recibí un mensaje de una amiga colombiana que quería un consejo, fue lo mejor de la noche… pude distraerme, aunque sea para decirle – no puedo ahora, estoy preocupado por mi salud-. Realmente lo estaba, el oxímetro marcaba 87 de saturación y mi corazón corría arriba de 101 latidos. No dormí. Saqué la cabeza por la ventana para ver en dirección de dónde vinieron los gritos del niño de la primera noche.
«La cosa no pintaba color esperanza»
Alejandro Quiroga
Ese día mi esposa me tomó más en serio, pues de verdad me vio preocupado. Mi hija me dijo llorón durante una video llamada, y no pude decirle que tenía coronavirus, la iba a asustar más a ella que a mí y no tenía sentido. Todo el día me costó respirar, me quedaba una sola pastilla de Azitromicina, quizá éste fármaco no actúe de manera directa con la respiración, pero me hacía sentir bajo cuidados, y me quedaba una sola. Al medio día casi me pongo a rezar, pero recordé que mis tías estaban rezando por mí, así que traté de relajarme y me puse a recibir el sol en la ventana, que es como más siento yo a Dios, el día que hice las pases con él nos estrechamos las manos y lo dejé partir, no insistiría más en que ingrese a mí si no se siente cómodo conmigo. Desde ese día vivo con mayor paz. Me dispuse a pensar en todas las personas que me aman, los amigos inquebrantables que me demostraron su apoyo, en mi familia, y en toda esa gente que estaba en la misma situación que yo o peor, y que a lo mejor no les quedaba otra cosa que la Biblia de Añez y sus 500 respiradores. Me sentí afortunado y pedí por todos ellos, pedí sin rezar, pedí como sé hacerlo. Pensando en ellos.
Luego me llamó Daniel, otro primo que también es médico, fue el único que me dio una tarea distinta. Me dijo – ¿te acuerdas de la cinta de cuentos que nos ponían de niños? Me describió por un rato a los personajes hasta que los recordé. El había encontrado el cuento físico para comprarlo online, pero quería tenerlo en audiolibro y en Youtube no había. Me lo hizo buscar. Se me fue la tarde buscando el cuento que oíamos cuando éramos niños, y que mi primo quería hacer escuchar a sus tres hijos treinta años después, o mejor aun, quería que yo no piense en la enfermedad.
Sin titubeos, mi amiga Nadia me recogió de casa a las 18:50, tenaz, ella consiguió cita de manera urgente en un nuevo laboratorio para hacerme una tomografía y ver así el daño ocasionado en los pulmones por el bicho feo. Me los dejó infectados, los informes hablaban de un inicio de neumonía, un doctor del laboratorio me preguntó si tenía seguro y me sugirió que vaya al hospital y piense en internación. Me puso en modo despedida. En cuanto supe que ya tenía el pulmón herido me volvió de a poco la respiración, ya no había incertidumbre.
Pasé los resultados por WhatsApp a mis parientes médicos. No me quisieron contestar rápido, triangularon entre ellos sin darme una respuesta. Mi esposa se compró un pasaje a Cochabamba, pero acordamos de que sería mejor que no viniera. La cosa no pintaba color esperanza. Tía Denisse me habló de Reyssell, un médico cubano, de esos que no le tienen miedo a nada y que estaba dispuesto a visitarme al día siguiente. Así fue, vino con su esposa una enfermera orureña muy cariñosa con una valija de cuero cargada de jeringas y antibióticos más agresivos.
Continuaría con heparina, levofloxacina y dexametasona. Con esos eran quince los distintos medicamentos que ya se mezclaban en mi sangre incluido el desparasitador de animales. No tomé dióxido de cloro, aún. Entre todos dejan la tarea de distinguir cual aportó más. Supe con fe y sin duda que eso era lo último, que con eso me curaría en días.
Mi situación es un privilegio. La forma asistida con la que llevé la enfermedad puede ser incluso hasta ofensiva para el lector que se ha visto involucrado con más dolor por la misma situación; sin embargo, no hay duda de que estamos viviendo una pesadilla comunitaria.
Nunca vi una situación peor en el país, finalmente todos los huecos se abrieron y son nuestros propios gobernantes quienes nos empujan hacia ellos. No hay un solo político que valga el esfuerzo, ni siquiera aquel que ingresó a los estratos de gobierno con buenas intenciones. ¡Que duro es ser boliviano! Nos quitaron la cultura, nos quitaron la salud, y ahora nos quitaron la educación. Por si fuera poco, los azules nos amenazan con quitarnos el oxígeno. Los ministros renuncian cómo piezas de dominó al ver todo tan complicado, sin el valor necesario, se marchan aduciendo problemas de salud personales, cuando es evidente que los problemas de salud, hoy, no son sólo personales. No sería nada raro que el próximo ministro de salud sea un veterinario, pero tampoco sería raro que lo fuese un militar con alguna concomitancia de interés con el pardo gobierno que comanda una mujer escudada tras la biblia. Esto si me hace dar ganas de rezar, pero no para pedir por mí, sino por aquel niño que me despertó con sus gritos de dolor pidiendo desesperadamente por su madre, aquella primera noche en que sentí los síntomas de covid 19, durante este gobierno enfermo.
Dicen mis tías que rezar y pedir por otros es la oración que Dios más escucha. Seguro que si. Yo puedo asegurar lo siguiente, existen dos elementos meramente humanos que no nos pueden quitar nadie: La fe y la sangre, y ambos están en boca de todos en este momento.
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Daniel Montero Rocha
agosto 10, 2020 at 9:54 pm
Gracias Alejandro por compartir tu historia, no es difícil imaginar tu odisea sin proyectarse en ella, en algún momento nos tocó vivirla con otros o similares matices.
Que bueno que ya estés fuera de peligro.
Astrid Aguirre Aparicio
agosto 13, 2020 at 7:06 pm
Que lindo leerte Alejandro. Desde hoy te sigo como fan, como esas q tienen los cantantes.
Besos y que feliz q estés entre los vivos. Te admiro!!!
jorge victor gonzales herrera
agosto 11, 2020 at 6:34 am
A Dios gracias alejandro pasaste esta enfermedad, gracias por compartir tu experiencia cronológica de los hechos.
Luis Bredow
agosto 11, 2020 at 11:25 pm
De una terrible experiencia emergió un lindo texto que se lee con suspenso. Gracias
NATALY VALDEZ
agosto 13, 2020 at 3:15 pm
Gracias a Dios estas bien. Son duros momentos los que pasamos, una guerra realmente.
Gracias por compartir tu experiencia y tu dura lucha, solo demuestras la gran persona de lucha que eres.
Un abrazo querido Ale.