Lo que comenzó como una amenaza lejana a nuestro entorno, hoy se volvió el acompañante fiel de nuestros días. Aquel visitante invisible ante nuestra visión ocular, se manifiesta con mucha fuerza invadiendo nuestro cuerpo, adueñándose en algunos casos de la propiedad esencial de un ser humano: la vida misma.
Sin un color definido o idiosincrasia, obtuvo pasajes gratuitos a todas partes del mundo; inició su travesía en Wuhan, provincia de Hubei, China, afectando a más de 41 personas en diciembre de 2019.
No hizo falta pagar a mediadores que hicieran el favor de trasladar el virus a otros lugares. Se expandió en un abrir y cerrar de ojos sin que el mundo aún supiera su nombre. Fue el 30 de enero de 2020, que la Organización Mundial de la Salud (OMS), declara una emergencia sanitaria de preocupación internacional, basándose en el impacto catastrófico que podría tener en los países subdesarrollados, por las bajas condiciones equipadas en el sector de salud. El invasor para entonces ya tenía nombre: se llamaba Covid-19.
Pocos meses después, este virus fue una amenaza frontal para la población mundial. Más de 500 mil casos eran confirmados a nivel internacional, otorgándole el título de pandemia. Era un título que nadie quería darle, pero que nadie le podía quitar. Estaba atacando en silencio a una gran cantidad de personas, sin diferenciar, color, raza, situación económica, edad o sexo.
Bolivia no fue una excepción. Hoy tenemos 139.319 casos confirmados de Covid-19, cifra que va en ascenso continuo, dejando huellas de incertidumbre en algunos sectores afectados y golpeados por esta emergencia sanitaria mundial.
Hoy, somos testigos de que esta pandemia generó grandes cambios en los diferentes escenarios de acción, uno de ellos y quizá histórico, es el de la educación; esa formación destinada al desarrollo de la capacidad intelectual, moral y afectiva, que, de acuerdo a la cultura y normas de convivencia de cada sociedad, obtuvo una cachetada de despertar por parte de la tecnología, que ya hace tiempo la asechaba.
“No hay mal que por bien no venga”, refrán español de fuente oral, que, a la traducción metafórica de nuestros días, alude a la más clara realidad que podemos observar en los mejores casos.
Nadie se prepara para este tipo de episodios, menos si llega corriendo cual atleta presto a ganar. Aquellas aulas que en su momento tenían un docente junto a sus alumnos frrente al pizarrón, ahora se han reducido al largo y ancho de la pantalla del computador, haciendo que el vehículo de sus clases sean la cámara y el micrófono que transportan su imagen y su voz.
Este golpe repentino que azotó a niños, jóvenes y adultos, trajo algunas dificultades económicas y sociales, que de seguro ninguna autoridad contemplaba en su agenda; menos en el sector de la educación.
Inmediatamente se habló de realizar una educación virtual, sobretodo en unidades educativas privadas, donde salvar el año se traducía en salvar el ingreso de pago de mensualidades escolares. Pero no me atrevería a decir que este tipo de educación lleve por nombre “Educación Virtual”, sino más bien “Enseñanza Remota de Emergencia”, como la llama Xavier Aragay, quien se refirió a ella de esta manera en el bootcamp virtual “Unifranz Edulap: Compartiendo las mejores experiencias educativas en tiempos de crisis”.
Una de las pruebas contundentes de esta cortina de humo es la clausura del año escolar en la gestión 2020 en Bolivia, cuando el ministro de la Presidencia Yerko Nuñez, por ordénes del Gobierno, anunció esta decisión argumentando que fue por falta de condiciones para llegar con la educación virtual a todo el país en medio de la pandemia.
Las falta de condiciones era cumplable; no la falta de planificación ante este tipo de situaciones que podrían presentarse.
Cuando el año escolar 2020 había iniciado aquel 3 de febrero, ya se tenía conocimiento de que esta emergencia de salud recorría algunos países y, en Bolivia, solo rezábamos para que no llegase sin hacer algo al respecto.
Sin embargo, se podría haber ido trabajando en algunas estrategias, manejando como peor escenario la llegada del virus al país y trabajando en normativas que regulen la formación educativa virtual correspondiente al caso.
Mientras en el sector privado se hacía una prueba piloto de capacitación a profesores para el avance académico, “en beneficio de los estudiantes”, ¿qué sucedía con las unidades educativas públicas?
En las escuelas públicas no debían salvar el pago de mensualidades como los privados, por tanto, solo esperaban la resolución del ministro de educación, Víctor Hugo Cárdenas.
Me atrevo a cuestionar, ¿qué sucedió con las escuelas del área rural, donde el acceso a la luz llega como cuenta gota?
¿Cómo resuelve ese problema la población rural?, Unicef expresa cifras preocupantes a la hora de hablar de estudiantes que dejaron de pasar clases a partir del 13 de marzo del 2020.
Los datos de Unicef estiman que 2.923.527 de niños y adolescentes matriculados en los niveles inicial, primario y secundario en Bolivia, no asistieron a clases debido a la emergencia sanitaria establecida por la pandemia del coronavirus (COVID-19), factor muy importante a considerar a la hora de medir el daño que afecta significativamente al desarrollo a corto, medio y largo plazo a la población en general, poniendo un punto en contra al desarrollo de una sociedad del conocimiento.
¿Acaso Bolivia no goza de los derechos fundamentales de la educación impartida de manera equitativa?, ¿se cumple? Es verdad que esta emergencia de salud mundial trajo consigo una adaptación rápida hacia la nueva tendencia de esta sociedad del conocimiento, pero también trajo con ella el reflejo claro de que existe una desigualdad social muy fuerte en cuanto a las posibilidades de alcance a una educación virtual como tal, que juega un papel egoísta a la hora de tener un acceso equitativo a la educación.
No estamos preparados, solo improvisamos de manera natural. Necesitamos cambios radicales a partir de ahora, pues la tecnología llegó para quedarse y necesitamos crear nuevas estrategias para enfrentar otros cambios que posiblemente ya están en camino.
Si queremos un país adaptado a esta nueva ola del conocimiento, debemos pensar que un punto fundamental es la cooperación y alianzas estratégicas en beneficio de todos, respetando los derechos fundamentales del ser humano, pues tal como reconoce el el artículo 78 de la Constitución Política del Estado: “ I. La educación es unitaria, pública, universal, democrática, participativa, comunitaria, descolonizadora y de calidad. II. La educación es intercultural y plurilingüe en todo el sistema educativo.
Ayer, el ser humano fue egoísta, hoy ,necesitamos trabajar en conjunto. Necesitamos crear esa cooperación para asumir nuevos desafíos juntos. Nuestras autoridades deben entender que se necesita de manera urgente trabajar en reformas educativas.
Por otro lado, debemos comprender que la otra mitad del trabajo es nuestro, de lo contrario, pasaremos clausurando años escolares y bajaremos escalones, privándonos de oportunidades de crecer como país, privándonos de aceptar nuevos espacios de conocimiento.
Los cimientos de la educación deben establecerse en la sociedad del aprendizaje para proporcionar a cada individuo, los instrumentos de conocimiento que le permitan manejar de forma acertada la cambiante información que recibe.
Acá se enmarcan nuevos y variados roles profesionales, asumiendo destrezas y habilidades, actitudes y valores, que le permitan al estudiante adaptarse a la nueva sociedad del conocimiento.
Quizá se deban analizar nuevas políticas gubernamentales adaptables para sostener el hilo del trabajo del educador y estudiante, garantizando estabilidad y equidad de oportunidades ante la introducción de las TIC´s.
Por otro lado, es importante potenciar el trabajo del estudiante, despertando en ellos la inquietud personal del querer saber y conocer, a través del reconocimiento de los logros de sus semejantes, haciendo de aquello otro de los objetivos modernos de la educación.
Una gran realidad…es hora que se puedan buscar nuevas estrategias para que puedan continuar el avance pedagogico
Muy buena reflexión de la realidad. Un mundo cambiante.