Han sido fuente de inspiración para autores y, más importante, para dar paso a los movimientos que han hecho de la eliminación de la violencia contra la mujer su causa.
Empezando por la literatura, quienes han leído “La fiesta del Chivo”, de Mario Vargas Llosa, saben que lo del chivo era todo menos una fiesta para las mujeres, incluidas las hermanas Mirabal, quienes se oponían abiertamente al dictador dominicano.
La dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1891-1960+), había hecho del sexo un motivo de represión. Así, bajo el control del dictador dominicano, las mujeres eran víctimas de decenas de atrocidades por el simple hecho de ser mujeres.
En el libro, Vargas Llosa no solo narra cómo el dictador violaba a las esposas e hijas de sus subalternos, sino cómo las activistas mujeres eran reprimidas con especial saña, siendo sometidas a violaciones, tortura y otras atrocidades. Pero el autor también habla de la participación femenina en la lucha contra el dictador a la cabeza las hermanas Mirabal.
«Aunque no había pensado en ello, Tony Imbert se dijo después del asesinato, que, hasta conocer a Minerva Mirabal, nunca le pasó por la cabeza que una mujer pudiera entregarse a cosas tan viriles como preparar una revolución, conseguir y ocultar armas, dinamita, cócteles molotov, cuchillos, bayonetas, hablar de atentados, estrategia y táctica, y discutir con frialdad si, en caso de caer en manos del SIM, los militantes debían tragarse veneno para no correr el riesgo de delatar a los compañeros bajo tortura”, versa uno de los párrafos del libro.
Pero, ¿quiénes eran ellas? Conocidas como “Las Mariposas”, las hermanas nacidas en una familia acomodada de la República Dominicana, ejercieron el activismo político durante diez años, convirtiéndose en algunos de los rostros más visibles de la oposición a la dictadura de Trujillo.
Según narra la directora del Museo Memorial de la Resistencia Dominicana (MMRD), Luisa Peña Díaz, en una entrevista con la BBC, «Tenían una trayectoria larga de conspiración y resistencia, y mucha gente las conocía».
Pero aquel 25 de noviembre de 1960, su lucha llegó a su fin. Las mujeres retornaban de una visita a la cárcel donde se encontraban detenidos sus esposos, también activistas, cuando un automóvil las interceptó.
María Teresa, Patria y Minerva, fueron asesinadas a golpes, al igual que el chofer, y tiradas a un barranco en un intento por simular un accidente automovilístico. Sin embargo, todo aquello era obra de Trujillo.
Hay quienes aseguran que su muerte motivó al pueblo a poner fin a la dictadura.
Pese a su pronta muerte, el legado de las hermanas Mirabal ha trascendido y se ha convertido en uno de los símbolos de la lucha feminista y contra la violencia hacia la mujer.
Así, a 39 años de su deceso, en 1999, la Asamblea General declaró el 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en honor a las hermanas y su lucha.
Han pasado 60 años desde su muerte, pero su legado vive en los colectivos que luchan por la “no violencia” y la reivindicación de los derechos de la mujer, inmortalizando sus nombres, su historia y su causa.
“Creo que ha habido cambios y que justamente han sido producto de luchas como de las hermanas Mirabal o de tantas mujeres que todos los días la pelean, ya sea en el trabajo, en las calles, en las redes sociales, en las casas, para lograr equidad y justicia”, dice Alba Van Der Valk, activista del colectivo Ni Una Menos Tarija, sobre la violencia hacia la mujer.
Aunque el colectivo hizo del feminicidio—la forma más extrema de violencia contra la mujer— su causa, el 25 de noviembre no es menos importante bajo el principio de que todas las formas de violencia están mal y pueden derivar en este delito.
En un pronunciamiento publicado hoy, Ni Una Menos demanda la creación de un programa que atienda de forma directa y específica a las familias de las víctimas. “No existe un solo programa que atienda de manera específica sus necesidades en términos legales, sociales, económicos ni psicológicos”, resalta Alba.
El pronunciamiento también hace una crítica a la re victimización constante a la que son sometidas las familias y los huérfanos, así como la retardación en la justicia y la falta de profesionalización de los peritos para abortar estos temas.
Más allá del feminicidio, la violencia económica, política, simbólica, física y psicológica, son otras formas de delitos que preocupan a las activistas, porque en algunos casos se han agudizado con la pandemia.
Hasta el 21 de septiembre se han registrado cerca de 24 mil delitos vinculados a la Ley 348 para garantizar una vida libre de violencia, así como 125 feminicidios, según reporta la Fiscalía General del Estado.
La activista también destaca que las mujeres continúan ocupando el 70% de la fuerza laboral informal y tienen menos oportunidades para acceder a una educación, mientras que poseen una mayor responsabilidad en el hogar.
“Esta situación y la dificultad de acceder a un trabajo digno, limita las posibilidades de que las mujeres puedan lograr independencia económica para alejarse de sus agresores”, dice la activista.
Respecto a la política, Alba considera que el hecho de que haya una mayor participación política de las mujeres, siendo Bolivia el tercer país con más protagonistas de este género en dicho campo, no necesariamente significa que existan políticas favorables o que el ejercicio de poderes sea equitativo.
“Muchas veces en la arena política las mujeres estamos para llenar un porcentaje”, critica, resaltando que la lucha es aún amplia, más allá de los logros.
“Creo que el mayor logro es que las mujeres jóvenes están encaminando sus luchas con mucha autenticidad y consciencia del legado que tienen para transformar la realidad en todo sentido”, concluye.
A lo largo del día, a través de su página de Facebook, el colectivo compartirá cápsulas con los momentos más significativos de las actividades que realizaron el 23 y 24 de noviembre.