2.785 tiendas de barrio aparecen en el registro municipal de la ciudad de Tarija de 2013; sin embargo, al ser una gran parte de estas microempresas informales, las cifras no reflejan el número real.
La realidad es que hay más tiendas de barrio de las que están inscritas en el registro municipal. Estas son fuentes de ingresos para familias y de libertad económica para cientos de mujeres.
Uno de los casos es de Nelsy Gutiérrez Montero, quien tiene su tienda hace cinco años y cuenta a Verdad con Tinta cómo es mantenerse con ella.
Junto al mostrador recuerda que la montó luego de divorciarse de su esposo y de mudarse de La Paz a Tarija.
Mientras residía en la “Ciudad Maravilla” su fuente de ingresos era muy distinta. “Yo soy decoradora de eventos, pero cuando me vine, lo vendí todo y puse la tienda”, cuenta.
La mayoría de tiendas de barrio se ubican en las casas de las propias vendedoras y Nelsy no es la excepción. Aunque no vive ahí, la casa es de su madre.
“Esta es casa de mi mamá. Me facilita no tener que pagar alquiler, pago mi luz, mi impuesto, pero el lugar no”.
Vender productos alimenticios o de limpieza no es su única ocupación, ya que es madre de cuatro hijos, de los que sigue criando a dos, porque los otros ya son profesionales.
“Uno es militar y el otro trabaja en el banco”, dice la madre con orgullo.
Para continuar con su formación, sus dos hijos menores -una de 15 y otro de 13 años- tienen que poner de su parte: también atienden la tienda cuando es necesario, como cuando Nelsy se escapa “un ratito” para hacer el almuerzo.
Antes de la pandemia, su vida solo se desligaba de la tienda los domingos, para ir a misa. El resto de la semana estaba tiempo completo ahí.
Llegaba a las 7:00 de la mañana para subir la persiana metálica y ver pasar a los primeros compradores; entradas las 11:00, sus hijos tomaban el mando y ella partía a casa para cocinar el almuerzo.
Terminada esta tarea, “inmediatamente” volvía a la tienda, de forma que ellos iban a comer y luego a la escuela, mientras Nelsy llevaba su comida en un táper. Su jornada laboral terminaba a las 22:30. Hora de bajar la persiana y regresar a su hogar.
“Era bastante pesado […] a veces no había ventas, y tenía que hacerlo, porque al otro día llegaba el producto y tenía que pagar”.
Lamenta que su trabajo la haya tenido tan alejada de sus hijos los últimos años, pues entre el colegio, las tareas, sus hobbies y relevar a su madre, no tenían más tiempo para compartir que los domingos.
Ahora las cosas son distintas. La pandemia no ha obviado a las tiendas de barrio y, al inicio, las ha golpeado con fuerza.
Nelsy contaba su rutina con alegría hasta este punto, cuando el recuerdo de los primeros meses de cuarentena le quebró la voz e inundó sus ojos.
“Los primeros meses han sido bastante sorpresivos. Hemos tenido que cerrar las tiendas, los policías no obligaban a cerrar a las 12:00. Yo me quedaba encerrada a veces aquí hasta las 4:00 o 6:00 de la tarde y atendía. Mis hijos pasaban clases virtuales y yo tenía wifi aquí”, cuenta en un tono más serio.
Nelsy tiene cariño por su trabajo, le complace atender bien a sus clientes y darles un buen trato. Por eso su tienda es abierta, no vende desde una ventana, le gusta que la persona que vaya a comprar pase y pueda tomar con sus propias manos aquello que desea llevar.
Esa cercanía es lo que más disfruta de su trabajo. Es, por lo tanto, uno de los principales aspectos que lamenta que hayan cambiado, la relación con el cliente es otra, es más lejana. “Mis clientes me tocaban la persiana, y como ya los conocía, les vendía el producto por abajo”.
En un día corriente, la tienda generaba alrededor de Bs 100 diarios.
Mientras Nelsy desinfecta una tarjeta de saldo telefónico para un cliente, le dice: “ahí está, con alcoholcito”. Las ganancias de hoy rondan los Bs 20 al mediodía. Lleva “varios” meses bajando la fría persiana metálica, para sentarse a esperar adentro, aguardando que algún cliente golpee los nudillos contra lata para comprar algo fuera de horario.
“Sí o sí teníamos que esforzarnos y a veces arriesgarnos, porque al día siguiente no tenía para comprarme. Me obligaba yo, por los niños, que tenía que vender, aunque sea así, sino, ¿qué iba a comer al otro día?”.
Sin embargo, dice que a pesar de que ahora los ingresos son muy irregulares, hay días buenos. Si bien esta mañana solo lleva Bs 20 ganados, algún día puede alcanzar los Bs 300.
La harina, la levadura, la leche y los huevos se convirtieron en los productos más vendidos de su tienda, y de las demás.

Las ventas de pan eran hasta hace poco escasas, pues la gente, desde el 22 o 23 de marzo, volvió a las viejas costumbres de prepararlo en casa, como quien mataba el tiempo.
“Solo Dios ha podido resguardar este lugar”, continúa, “oraba para poder tener algo para el día siguiente porque a veces no se vendía nada”, dice Nelsy, cuando las lágrimas ya han desbordado sus ojos.
Una realidad “macro”
Las tiendas de barrio no son casos aislados en Tarija, ni en Bolivia. Son la fuente de ingreso de familias y significan una libertad financiera para muchas mujeres.
Según la revista “Tarija200”, en 2013, de las 19.152 actividades económicas registradas en la ciudad de Tarija, 11.798 -el 62%- correspondía a “actividades menores” -en relación a las otras tres áreas que eran: comercio, industria y servicios.
De ese porcentaje, el reportaje resalta que el 24% corresponde a las tiendas de barrio, que son 2.785 registradas hasta esa fecha, siendo la cifra más alta.
Solo compite con el comercio minorista en mercados municipales, que cuenta con 2.774 registros. Hay tiendas que no están registradas, pues suelen ser un negocio informal.
El carácter informal de cientos de estas tiendas impide conocer las cifras reales, sumado al hecho de que no hay un registro oficial.
La Alcaldía no tiene la información -que debería ser de carácter público- a mano, enviando a consultar a nuestro medio de “dirección en dirección”, sin que ninguna de sus autoridades tenga una respuesta clara, imposibilitando acceder al número de tiendas registradas.
A nivel nacional, y como se encuentra en la Encuesta Hogar 2019 del Instituto Nacional de Estadística (INE) -que toma una muestra de 11.976 viviendas de todo el país- un 3.4% de los encuestados tiene como actividad principal la “venta por menor en tiendas de barrio con surtido compuesto principalmente de alimentos, bebidas y tabaco”.
Un 4.7% es el porcentaje de la población de la encuesta que tiene este mismo negocio como actividad económica secundaria.
En Tarija, cuando Nelsy habla de sus colegas, lo hace en femenino. Si se puede intuir que este micronegocio en general está encabezado por mujeres, Peky Rubín, directora del Equipo de Comunicación Alternativa con Mujeres (ECAM), lo confirma.
“Pasa porque en la familia la mujer cuida la casa y aparte de eso tiene una tiendita, que le permite estar ahí y hacerse cargo de todo el trabajo del hogar, por eso muchas optan por este negocio”, explica la investigadora.
Rubín refiere que existen casos en los que sí comparten el trabajo de atención de la tienda, pero generalmente recae sobre las espaldas de la mamá, de la mujer o, si no, de las hijas.
“Esto que ya era cotidiano, ahora en tiempos de pandemia se ha multiplicado”, asegura la especialista.
Además, resalta la importancia de este micronegocio para las mujeres. “La mayoría tiene la tienda porque necesita un mínimo de respiro, de autonomía económica. Aunque no lo crea, vendiendo cosas tan simples, tan baratas a veces, con ese dinero ellas pueden cubrir sus propias necesidades y las de sus hijos”.
La investigadora indica que este tipo de negocio se convierte para cientos de mujeres en la región como una “alternativa de sobrevivencia”.
Peky también sabe de algunas dificultades extra para las “tienditas” durante la cuarentena. “Hemos conocido […] que el trato es diferenciado a los supermercados que a las tienditas de barrio”, dice en cuanto a la rigidez de los controles municipales.
“Se han quejado ante nosotras en los diferentes encuentros que tenemos”, explica la directora del ECAM.
Según esta explicación, los controles son realizados con mayor rigor a las tiendas de barrio, en comparación con los que efectúan a grandes negocios como los supermercados, donde hay mayor afluencia.
La directora del ECAM también cree que esta “desventaja” de las tiendas de barrio va más allá de la pandemia. “Es un problema mucho más estructural”.
Nueva normalidad
Son más aspectos los que han cambiado para Nelsy y las tiendas de barrio.
Las formas de abastecimiento son otras ahora. “Antes los de preventa nos dejaban la mercadería a crédito, entonces podíamos pagarles en cada visita que hacían, dos o tres veces a la semana”, explica la vendedora.
Ella dice que antes tenía la opción de poder pagarlo, pero ya no, “ahora todo es al contado”.
El cambio fue repentino. “Bueno señora, a partir de ahora como los negocios no se están abriendo normal y nos están generando ustedes mucho dinero, se han suspendido los créditos”, fueron las palabras de uno de los proveedores.
No hubo mayor espacio a respuesta. “Nos quedamos con la boca abierta, pero también es cierto”, admite.
A Nelsy le gusta la cercanía con sus clientes e intenta no perder ese trato amistoso con ellos. Hay colegas suyos que, desde aquel 22 de marzo en que se decretó la cuarentena, “trasladaron” sus tiendas a las redes sociales, otras las inauguraron directamente en el ecosistema digital.
Ella no quiere alejarse de sus compradores y perder el contacto humano. Las puertas de su tienda se mantienen abiertas, pero también abrió el servicio vía WhatsApp. Así, ha cambiado de lugar con “algunos” clientes vecinos que le siguen comprando, pero es ella quien ahora va hasta sus puertas.