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Tinta Empresarial

México Bike Food: Historias de quesadillas, pedales y cuarentena

El puesto de comida ambulante, además de ganarse el corazón de los comensales gracias a su sabor, se ha ganado el cariño de los ciudadanos por los valores medioambientales y culturales que promueve

Aquel 2017, una pequeña fonda de comida rápida mexicana ubicada en la calle Corrado daría inicio a lo que pronto se convertiría en un proyecto gastronómico con identidad, amigable con el medioambiente e impulsor de la lectura.

“Tuvimos muchísima aceptación, especialmente por los alumnos del colegio American School, que estaba a lado”, cuenta Alejandro Roquete Paredes sobre los inicios de aquel pequeño local en el que ofrecían tacos y quesadillas, como parte de su propuesta de comida “mexicana express”.

Los habitúes del lugar eran especialmente jóvenes, quienes se convertían en el público perfecto para la fonda gracias al hambre que solo la juventud puede tener. Hambre de comida, hambre de vida y hambre de crecer.

Motivado por el buen diente de sus clientes, Alejandro decidió trasladar la fonda a la avenida, para acompañar a los estudiantes durante el desfile que se realizaría aquél día en la ciudad.

“Nos movimos a vender a la avenida, donde no solo estaban nuestros clientes regulares, sino muchísimos estudiantes más”, cuenta Alejandro, quien es conocido en el entorno como “Chingos”.

El joven emprendedor recuerda aquel día de 2017 con la añoranza que solo el tiempo genera. Lo describe como motivador, aunque no deja de mencionar algunos inconvenientes debido a la improvisación de aquel puesto ambulante compuesto por una plancha de cocina, una garrafa y una mesa con los insumos para deleitar a los transeúntes.

“Ahí empezó este sueño de llevar nuestro producto donde estaba la gente”, dice sin más, impregnando de nostalgia cada una de sus palabras.

¿Cómo acercar el producto a las calles sin perder su esencia? La respuesta la encontraron en los tradicionales triciclos tamaleros que se utilizan en México para vender aquellos manjares, pero mientras el proyecto avanzaba, iba adquiriendo la personalidad y visión que tenían Alejandro y su esposa, Sara.

“Sin tener muchos recursos, utilizamos cosas que teníamos guardadas y en desuso”, confiesa.

Una vieja bicicleta que atesoraba su esposa desde sus ocho años, un carrito que compraron cuando se casaron para vender “súper panchos” y una antigua canasta de bicicleta, fueron el punto de partida de “México Bike Food”, un pintoresco carrito ambulante con sabor a tacos y quesadillas.

“En ese entonces ya estábamos vendiendo en el circo”, cuenta Alejandro, quien con la llegada de aquella carpa llena de entretenimiento a la que acudiría un número importante de gente, había decidido instalarse allí, cumpliendo su promesa de acercar su comida a la gente.  

“Sentimos que no solo vendemos comida, sino que compartimos cultura»

Alejandro Roquete

“Ahí conocimos a ‘Tato’, un payaso que además era el encargado de soldar toda la estructura de la carpa del circo”, agrega.

Tato ayudó a la pareja a soldar el carrito con partes que conseguían en las bicicleterías y otras regaladas.

Finalmente, la “bike food” fue pintada  poniendo fin a largos meses de trabajo que darían inicio al sueño que la joven pareja empezaba a materializar.

“Fue muy lindo ver el trabajo terminado después de casi un año de trabajar diseñando y buscando las piezas”, se sincera Alejandro.

El carrito se ha convertido en un referente del sabor mexicano express en la ciudad: “la comida mexicana es parte de nuestra vida, adoptamos su cultura nos enamoramos de ese país y disfrutamos compartiendo un poco de lo que sabemos a través de su comida”, dice el joven.

Las tertulias con los clientes son parte de su encanto cotidiano; alrededor del carro nunca falta buena comida, ni buena conversación.

La gente suele preguntar sobre los ingredientes, los sabores y la diferencia entre una comida y otra, mientras Alejandro aclara sus dudas de buena gana.

“Sentimos que no solo vendemos comida, sino que compartimos cultura”, agrega.

Pero aparte de ofrecer comida que alegre el estómago y el corazón por partes iguales,  la pareja quería que aquel proyecto fuese su vehículo para llevar un mensaje responsable a la sociedad, sobre el medioambiente.

Después de todo, ellos pregonaban con el ejemplo: utilizaban un vehículo que no contaminaba, que estaba hecho con piezas reutilizadas  y no utilizaban bolsas plásticas en sus productos.

La iniciativa pronto llamó la atención en la ciudad. Alejandro confiesa que en su primer semana en las calles se les acercó una autoridad de la Secretaría de Turismo y Cultura, quien les comentó que tenía un proyecto similar, con unos carritos que funcionarían como bibliotecas.

“Al llegar a casa le comente a mi esposa y al día siguiente lo fuimos a buscar a su oficina para pedirle que nos permita ser parte de su proyecto”, relata. Luego de la reunión, decidieron incluir una pequeña “biblio-bici” en la parte trasera del carrito… y probar suerte.

Una cajita de madera y unos cuántos libros infantiles y de cocina que tenían en su biblioteca personal, se convirtieron en los insumos básicos para efectuar esta propuesta que pretendía promover la lectura en espacios públicos.

La respuesta, para su sorpresa, fue positiva. La gente disfrutaba tomar los libros mientras esperaban su pedido, mientras que otros los tomaban para retomar la lectura del día anterior.

Amigos y familiares se sumaron a la propuesta aportando con libros y, otros, frecuentando el carrito para tener su dosis diaria de literatura.

“Muchos de nuestros lectores frecuentes eran alumnos del colegio Campero que está en la plazuela Sucre”, resalta, aunque reconoce que uno de los leedores favoritos es el señor Pablo Bass Werner.

“Con su bicicleta pasaba todas las tardes a saludar y a hacer trueque de algunos libros”.

Sin duda, aquellos niños que interrumpían su jornada de venta de chicles para ojear los libros y disfrutar de las historias que había en ellos, ocupan un lugar especial entre los recuerdos de Alejandro.

“En casa no tenían tantos libros  y en la biblio-bici tenían hasta un libro favorito”, resalta.

Ser emprendedor en tiempos de cuarentena

Atrás quedaron aquellos días de leer pegados y comer juntitos. Cuando empezó la pandemia el carro se quedó estático, pero aquello no era una opción para Alejandro, quien acababa de invertir sus ahorros en un segundo “triciclo”.

Esta vez, el sabor en su boca, era amargo.

“La cuarentena cambió radicalmente nuestro negocio. Fue algo muy duro de asimilar”, cuenta.  

Aquel viernes de marzo, luego de que se oficializara el encapsulamiento, Alejandro juntó las tortillas que había preparado para la semana y decidió venderlas por Facebook, para evitar el desperdicio.

“No sé cómo explicar lo que pasó, pero en tres horas tenía más de 100 pedidos”, dice aún con sorpresa.

El pedido superaba ampliamente el número de tortillas que tenía disponibles, por lo que pasó la noche trabajando para cumplir con las entregas.

Recuerda esos días con angustia; las opciones eran limitadas, pues podía realizar las entregas solo una vez a la semana y durante medio día. Un día salía el y otro su esposa, repartiendo las entregas por zonas para aprovechar el poco tiempo que tenían. 

“Salíamos a las siete de la mañana y volvíamos como locos antes de la una”, continúa, “lastimosamente no podíamos cumplir con todos los pedidos”, acota.

La respuesta de los clientes era buena, por lo que pronto decidió ofrecer también sus salsas y contratar a alguien que tuviera permiso de circulación para realizar las entregas a diario.

Eso sí, sin perder de vista su enfoque medioambiental, por lo que optaron por envases 100% compostables o reutilizables.  

“Poco a poco volvimos con las quesadillas con delivery”, agrega Alejandro, quien aunque poco a poco se acomoda a la nueva normalidad, no puede evitar extrañar a sus compañeros de todos los días en las calles: los niños, las vendedoras, los ancianos, la gente de traje, los artesanos y su amigo Daniel, un malabarista que pasaba las tardes haciendo girar las pelotas en el aire, a escasos pasos de él.

“Extrañamos nuestra esquina. La plazuela llena de gente. Los amigos. Los chicos de colegio”.

Aunque recuerda que al principio la gente los miraba con desconfianza la primera vez que salieron a vender quesadillas a la puerta de su casa, e inclusive “algunos” cruzaban de calzada, ahora Alejandro piensa en la calle como aquel lugar que le permitió conocer a gente buena y  amigable, al calor de la plancha, los buenos libros y la infaltable bici.

Si quieres conocer más sobre este emprendimiento también puedes ver:

Mercedes Bluske

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